Hace 2 meses me convertí en mamá.
Cuando era niña tenía una muñeca a la que paseaba por todos lados, con su carreola y todo; se enfermaba, la daba sus medicinas, nos sentábamos juntas a comer y a tomar el té, ¡hasta le cortaba el pelo! (si, la pobre muñeca calva…). Desde que tengo uso de razón me imaginaba como sería mi vida de mamá. Había oído y leído cualquier cantidad de leyendas respecto a la maternidad. Unas demasiado cursis, otras dignas de un premio a la creatividad y algunas de verdadero terror colectivo.
Y, a decir verdad, ni lo bueno ha sido tan perfecto, ni lo malo tan espeluznante. Los desvelos no han sido tan caóticos, la lactancia tan dolorosa ni el postparto tan shockeante.
Sigo siendo la misma; esa Ely intensa, competitiva y perfeccionista, pero ahora con 20 kilos de más (porque pues #AntojosDeEmbarazada y ¡pum!) y una nueva oportunidad de frente para demostrar que los buenos hábitos de salud pueden regresar a cualquiera a un peso saludable.
Sonará a cliché, pero ahora que soy mamá entiendo mucho más a mi madre. Me arrepiento de lo poco que en 33 años le había agradecido (ahora ya lo hice) la inversión de tiempo, dinero (¡ufff!) y esfuerzo que implicó criarme.
Ser mamá ha sido, por mucho, el mejor logro de mi vida. La experiencia más satisfactoria y el mayor de mis éxitos, que hasta ahora, habían sido solo profesionales. Tener en mis brazos 3.5 kilos de un pequeño humano perfecto, que se fabricó dentro de mí, y que además cuenta con el ADN (y la nariz) del compañero que elegí para toda mi vida, saber que su vida, su alimentación y su felicidad dependen de mi, es una gran responsabilidad y a la vez un gran estímulo para seguir intentando ser día a día su mejor ejemplo.
Porque ahora hacer ejercicio no solo será para verme y sentirme bien, sino para transmitirle a mi hijo, con ejemplos vivientes, que es mejor invertir el tiempo en actividades que nos dan resultados buenos a largo plazo, que malgastarlo en banalidades y momentos que brindan placer momentáneo y efectos negativos a largo plazo.
Porque ahora comer bien, es una experiencia que debo transmitirle día a día mientras me ve comer a mí y por ende, algo tan básico como lo que nos llevemos papá y yo a la boca, se convierte en una gran responsabilidad.
Perdonar, saber decir que no, elegir correctamente con quien compartir nuestro tiempo, ser agradecido, amarse a sí mismo, respetar a los demás, creer y confiar en Dios, no textear mientras se maneja, darle importancia solo a lo que merece la pena, no estresarse, reír todo lo que se pueda y llorar si es necesario, son solo algunas de las lecciones que tengo como objetivo enseñarle a Gael y mientras lo hago y de pasadita, ensayarlas un poco y aprenderlas yo misma, porque son cosas que con el tiempo se nos olvida.
Ser mamá de Gael, ha sido y sé que será, la mejor aventura y la oportunidad de explorar (y superar) mis más grandes miedos, pero también, el amor infinito más puro y sincero.
Pd. Gracias @lterickgonzalez por llevarme de la mano hasta este gran momento, estoy segura que sin ti en nuestra vida, este recorrido no seria tan mágico, pero de ti, ya hablaré el siguiente mes…